Full Disclosure

Odio sentir negatividad.

Odio todas esas emociones que tintan mi alma con oscuros sentimientos. No me gusta. Lo detesto. Mi corazón se guía por una moralidad basada en hacer lo correcto, en tener en cuenta los sentimientos de la gente, en ponerme un poquito en el lado del otro incluso cuando siento que no llevan razón, y en hacerles entender que sus sentimientos son igual de válidos que los míos. Y es gracioso y triste, en cierto modo, que en la mayoría de los conflictos destaquen dos contendientes que luchan por ver quién tiene que pedir disculpas al otro, por ver quién es el ganador de la escaramuza, cuando creo que en realidad se trata de buscar un punto medio en el que ambos lados puedan entender cómo se ha sentido el otro y ser capaces de reconocer que quizá ambos se hayan equivocado en algo, o que simplemente haya sido un malentendido. Porque todo el mundo odia los malentendidos, pero simplemente porque es desagradable reconocer que ambas partes se han equivocado un poquito. Porque queremos un ganador. Porque a nadie le gusta equivocarse, y mucho menos reconocerlo.

Hace años ya que intento entender mejor a la gente. Hace años ya que me esfuerzo por desterrar esos amargos tragos de orgullo en un esfuerzo por mejorar. Porque al final, el orgullo es un ancla que nos estanca en medio de un océano de rencor. And don’t get me wrong, no estoy diciendo en absoluto que no deba sentir cosas negativas. Es humano sentirlas. Lo que no voy a permitir, en miras de un futuro en el que gire la cabeza y no me arrepienta un ápice de mis decisiones, es permitir que esos sentimientos me controlen y me lleven a hacer y decir cosas de las que me acabaré arrepintiendo y de las que no habrá marcha atrás. Sora me enseñó eso.

Pero creo que de lejos, lo peor de todo esto es cuando la gente se acostumbra a que seas comprensivo con ellos y se olviden de que tú también tienes sentimientos. Sentimientos que también necesitan ser respetados. Me entristece profundamente sentir que muchas veces soy considerado con las personas a las que quiero de tal manera que en ocasiones parece que sienten que pueden hacer y decir lo que quieran como si a mi no me afectase. ¿Qué narices, tío? Yo también tengo corazón. ¿Puedes pararte a considerar que estás hablando con un ser humano y no con un robot? ¿Hasta que punto nos lleva una amistad cómoda a olvidar que la otra persona también tiene su propio universo? Y lo peor es que, de alguna manera, siento que es egoísta ir y decir “hey, my feelings need to be thought of“. Es probable que esté sonando terriblemente ególatra para quien esté leyendo esto, pero supongo que para mí es un grito ahogado, de alguna manera. Pido disculpas si doy la imagen equivocada.

Tiendo a escribir fragmentos narrativos o reflexiones basadas en pequeños fragmentos temáticos de cara a expresarme, pero ahora mismo simplemente soy yo delante de una pantalla que refleja mis sentimientos como un espejo interior. Sin maquillaje, sin máscara.

Por favor, tened en cuenta los sentimientos de la gente. Dejad de lado el ego, el orgullo y la necesidad de una victoria etérea sobre una discusión incorpórea. Cuando la tormenta amaina, lo único que queda a flote es el navío interpersonal que se ha sabido mantener pese a viento y marea o el naufragio del mismo, condenado al abismo. Cuidad a la gente. Respirad hondo y hablad más tarde si la ira o el enfado os nubla la mente. No dejéis que un fuego de 10 minutos queme una casa que se ha construido a lo largo de los meses o incluso años. Gestionad con la mente y hablad con el corazón. Convertíos en esa persona que a lo largo de los años se enorgullezca de las decisiones tomadas.

Quereos primero y quered a los demás.

Porque no sabemos con quién contaremos en un futuro, pero os prometo que vamos a vivir con nosotros mismos el resto de nuestra vida.

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