The Path to Isolation

El invierno me recuerda a ti.

Me recuerda a la sonrisa adolescente que iluminó mi cara cuando conseguí sacarte una primera cita de la forma más tonta posible. Recuerdo buscar un sitio guay al que llevarte hasta que di con Pool and Beer, un bar de cervezas y billar. La verdad es que yo no estaba nada convencido de que quisieras quedar conmigo realmente, pero me hacía ilusión ver qué salía de esto. De camino hacia el bar, hablamos sobre un chico al que ambos conocíamos y me contaste que también te habías sentido atraído por él. Hablando de ello me dio la sensación de que realmente no sentías lo mismo por mí, y la verdad es que yo me sentí atraído por ti desde el primer momento en el que te vi en persona. En el bar pedimos un par de cervezas y me explicaste cómo jugar al billar, porque hacía mucho que no jugaba y la verdad es que no me acordaba casi. Y así, entre cervezas y conversaciones, fuimos rompiendo el hielo poquito a poquito. Tras acabar la partida, nos sentamos en una mesa y seguimos bebiendo mientras hablábamos sobre lo que nos gustaba y soltábamos alguna que otra confidencia. A ambos nos apasionaban los videojuegos un montón y entre ellos, Kingdom Hearts, lo cuál me llevó a enseñarte el juego del móvil. Tenía el dinero del juego justo para intentar conseguir una medalla que quería, y sabía que la siguiente vez que tirase por ella, el juego me la iba a dar garantizada. Te lo dije, prometiéndote que si me salía dicha medalla, sabiendo los dos de sobra que iba a hacerlo, te daría un beso en la mejilla. Hiciste la tirada por mí y, efectivamente, la medalla salió, por lo que me acerqué desde la banqueta y te di un beso en la mejilla, deseando hacerlo en los labios en su lugar. Tras hacerlo, aparté la cara, pero no llegamos a separarnos del todo, quedando frente a frente y mirándonos a los ojos, instante que duró un par de segundos antes de que volviéramos a acercarnos y nos fundiéramos en nuestro primer beso. Fue precioso, fue increíble y es un momento que voy a atesorar toda la vida. Nos acabamos la cerveza y fuimos hacia casa, con mis dudas sobre si te atraía o no desvaneciéndose en medio de nuestras conversaciones.

Empezamos a vernos cuando era posible, ya que tú estabas liado con la universidad y tampoco tenías todo el tiempo del mundo, pero aún así sacabas ratos para poder estar juntos. Me parecía muy curioso cómo por whatsapp sentía que limitabas un poco el afecto que proferías, casi como si te hicieras un poco el duro, pero en persona lo demostrabas de una forma muy cercana y personal y la verdad es que me sentía muy afortunado de poder disfrutar de él. De poder disfrutar de ti. ¿Recuerdas cuando fuimos a ver Jojo Rabbit en la zona “VIP” del cine? Recuerdo ver la película cogidos de la mano. Ese día fue genial. O cuando una noche viniste a dormir y trajiste tu portátil con un juego de terror llamado Visage. Querías que lo jugara, y yo no soy para nada de juegos de miedo, pero por ti estaba dispuesto a hacer el esfuerzo. Cada paso que daba estaba un poco más asustado, y la verdad es que creo que tú estabas disfrutando verme pasar miedo desde todo tu buen corazón. Llegó un punto en el que alcancé mi límite y dije que hasta ahí llegaba. Te reíste y nos fuimos a dormir abrazados. Las mañanas siempre se hacían un poco cortas porque nos despertábamos y te ibas, ya que tenías cosas que hacer, aunque supongo que eso me dejaba con un poquito más de ganas de verte otra vez.

Los días pasaban y hablábamos a menudo. También me enviabas audios de piezas musicales de series o videojuegos que aprendías a tocar en el piano, y siempre me calentaba el corazón que compartieses conmigo melodías que hablaban directamente a mi alma. Jugábamos juntos online a cualquier cosilla multijugador que se nos pusiera por delante. El rato contigo se pasaba volando, y la verdad es que siempre lo atesoraba una vez que había acabado, pensando en lo surrealista que era lo bien que me lo pasaba cuando estábamos juntos y lo bien que congeniábamos en todos los aspectos. Me gustabas y me gustaba pasar tiempo contigo, aunque a veces me daba la sensación de que también te interesabas por otras personas y de vez en cuando me asaltaban las dudas sobre si ibas a querer seguir viéndome o no, pero nosotros seguíamos quedando y eso me hacía sentir que todo estaba bien. Ahora solo quedaba ver si la cosa iba a más por primera vez en mucho, mucho tiempo.

Pero la verdad es que si por una parte todo estaba bien, por otra todo era muy complicado. Yo tenía un revoltijo de sentimientos enredados en mi cerebro, y aún seguía intentando pasar página de mi última ilusión frustrada, de la última fractura en mi corazón. ¿Cómo esperaba que las cosas fueran a ser fáciles? ¿Cómo iba a enamorarme si aún no había pasado página? Supongo que en el fondo esperaba que tu compañía me ayudase a curar, y la verdad es que me hacía mucho bien pasar tiempo contigo.

Llegó Enero, y con él, un primer bache del que no tenías culpa alguna. Lo único que puedo decir de aquél momento es que yo lo pasé realmente mal y estaba muy asustado de que decidieras dejar de verme. Pero tú lo único que hiciste fue mostrarme apoyo y estar a mi lado incluso cuando tenías motivos para haber decidido no hacerlo. Todavía me río cuando pienso en cuando volvimos a vernos después de eso y en lo tonto y raro que fue todo.

Febrero se presentó como el mes en el que iba a volver un par de semanas a Logroño para hacer el examen teórico del carnet, así que decidimos quedar antes de que me fuera, ya que además tú luego ibas a estar más liado con el final del curso y la universidad. Todo fue guay, como siempre. Supongo que no habría sigo tan guay si hubiera sabido que no iba a volver a verte en mucho tiempo. Aunque fui a Logroño y seguimos hablando cuando volví, las cosas iban a empezar a ponerse difíciles. Llegó el COVID, y, con él, la cuarentena.

Durante la cuarentena, estabas hasta arriba con la universidad, y hablábamos menos a menudo. Nos vimos Steven Universe juntos casi en maratón, y prometimos vernos la película en persona cuando acabase el confinamiento, pero después de eso la cosa empezó a decaer. Siento que, en cierto modo, ninguno de los dos hicimos un esfuerzo monumental en seguir manteniendo el contacto, aunque sí hablábamos de vez en cuando. Tú me contabas lo que ibas haciendo en la uni y a menudo mencionabas a algún profesor que te parecía muy atractivo. Supongo que por mi parte me daba la sensación de que solo hablábamos de tus cosas de la universidad y que solo me contabas lo guapos que eran, y en cierto modo pensaba que no tenías mucho interés en mí porque hablabas más de esas otras personas. De nuevo, también podría haber hecho el esfuerzo de hablar de ello. La cosa es que fuimos hablando cada vez menos, y lo inevitable ocurrió. Nos acabamos distanciando.

Los meses de cuarentena pasaron y con ella vino la desescalada. Ahí fue cuando conocí a mi próximo gran error: Borja.

Fue demasiado bien de primeras. Me invitó a su casa a dormir y todo fue genial. Seguimos hablando después de eso y ambos decidimos conocernos un poco mejor. Recuerdo la ilusión con la que hacíamos planes y lo feliz que me sentí cuando me dijo que iríamos en coche a Port Aventura, con su mano sobre la mía en la palanca de cambios. Supongo que los años pasan, pero yo sigo siendo un blando en algunos aspectos. Con el paso de dos o tres semanas, de repente llegó la primera bandera roja. Borja me dijo que se estaba agobiando porque “éramos dos personas muy diferentes”. La verdad es que me pilló un poco por sorpresa y me esforcé en transmitirle que si realmente había sido una preocupación pequeña, quizá perdíamos más dejando de conocernos en ese momento en comparación a lo que podíamos ganar si salía bien.

Qué bien habría hecho en acabarlo ahí.

Una noche, te invité a jugar una partida en un videojuego, y vi a mi amigo Nacho conectado también. Me pareció curioso porque me fijé en que ambos estabais en una sala con dos personas, y asumí que ibais a jugar juntos. Le hablé a él pero no vio mi mensaje hasta el día siguiente, momento en el que me dijo que no lo había visto porque estaba “en una cita online”. No me fue difícil atar cabos, y supongo que en primera instancia me sentó un poco raro ver que os estabais conociendo. Pero, ¿qué podía decir yo? Ambos nos habíamos distanciado y sentía que ninguno de los dos nos habíamos enamorado del otro. Además, yo estaba conociendo a Borja y por el momento estaba contento con cómo iban las cosas. Nacho fue muy amable cuando le dije que en realidad era gracioso el hecho de que tú y yo habíamos estado quedando previamente, y la verdad es que fue muy considerado e incluso me dijo que no quería meterse en nada ajeno. Yo le dije que no se preocupara por mí y que por mi parte había luz verde por que os conocierais, que mientras fuerais felices a mí me valía.

Borja y yo seguimos viéndonos a menudo. Salíamos a dar una vuelta, venía a casa alguna vez, le dejé el NieR: Automata, porque quería compartir esa experiencia con él, e incluso se quedó a dormir. Me lo pasaba genial. En algunos ámbitos sentía que era un poco egoísta, aunque lo hablaba con él y esperaba que se solventasen esos pequeños problemas que podían surgir de vez en cuando. Llegó el momento en el que Borja iba a mudarse y le ayudé a buscar piso. Durante uno de esos días, recuerdo que estuvo hablando largo y tendido con el hombre de la inmobiliaria con el que tenía que hacer buenas migas para poder quedarse el piso, porque le gustaba un montón. Yo lo entendía perfectamente, pero me estaba agobiando y quería irme de ahí, aunque sentía que tampoco podía decir nada porque no quería arruinar su oportunidad de conseguir el piso. Cuando por fin salimos, me dio un ataque de ansiedad y caminamos separados hacia el metro, mientras yo intentaba recomponerme y respirar, y barajaba si decirle que se fuera a casa o invitarle a venir a la mía. Al final pude relajarme y le invité a casa. A los días, me dijo que iba a firmar el contrato de la misma casa, y me preguntó si quería acompañarle, a lo que accedí con la condición de no estar un montón de rato allí, como la otra vez. Él me dijo que solo firmaría el contrato e iríamos a comer, pero, por supuesto, la cosa acabó alargándose, y yo acabé molesto. El resto del día lo pasamos juntos y se me terminó pasando, sobre todo cuando unos días más tarde me invitó a dormir a su nueva casa. Esa sería la primera y la última vez que lo hacía.

Porque, una vez más, la vida estaba preparándose para ponerme la zancadilla.

Pasaron un par de semanas, y Borja estuvo muy desaparecido. Le hablé y me comentó que un amigo de Murcia estaba quedándose en su casa unos días porque estaba buscando trabajo. Me pareció raro que no me hubiera comentado nada, y, por supuesto, apareció una voz en el fondo de mi cabeza que me invitaba a desconfiar, pero luché contra mis demonios y confié en él. La semana terminó y el chico volvió a su ciudad, llevándose con él los pensamientos de Borja. Yo seguía notándole raro, y le pregunté si había pasado algo entre ellos. Borja me dijo que no, que el otro chico era heterosexual y que nunca podría pasar algo entre ellos, pero que se habían vuelto a despertar sentimientos no correspondidos del pasado, y que estaba muy confuso. Él no paraba de repetir que era algo que no controlaba, y que sólo quería entender qué sucedía. Además, estaba realmente frustrado porque le había contado al chico lo que sentía y este se había cerrado en banda a hablar de ello, lo cual impedía a Borja salir del bucle. Yo le dije que quería seguir conociéndole, y que por mi parte estaba muy claro, pero que él necesitaba aclararse, porque lo que yo no quería era que siguiera quedando conmigo si realmente no sentía lo mismo que estaba empezando a sentir yo. A riesgo de sonar horriblemente pretencioso, él no paraba de decirme que era una persona increíble y que cualquiera querría tener algo con alguien como yo, que le había tratado muy bien y que no me merecía esto. Sus palabras y sus sentimientos estaban en guerra, y yo me empezaba a imaginar quién iba a acabar ganando. Pero, por una vez, me negaba a ser el mártir de la historia. Le dije que él era el que tenía dudas y que yo tenía todo muy claro, que si alguien tenía que terminar lo que quiera que fuera que teníamos, que iba a ser él, porque me negaba a tomar por él una decisión que, en el fondo, sabía que había tomado hacía unos cuantos días. Sentía que, si yo era el que peor parado iba a salir de todo esto, él tenía que pasar por decirme que la cosa se acababa, porque, por experiencia, sabía que no era algo sencillo, pero me negaba a quitarle ese peso de los hombros. Mirando atrás, quizá fui una mala persona, pero supongo que sigo considerando que yo me llevé la peor parte.

Un par de semanas más tarde, Borja dio señales de vida. Había hablado con el chico de Murcia, y me envió por WhatsApp un mensaje que quedaría marcado a fuego en mi memoria:

“Contra todo pronóstico, ha decidido que viene a vivir aquí y que vamos a intentarlo.”

A esas alturas yo ya me esperaba lo peor, pero ese mensaje llovió sobre mí como un cubo de agua fría. Borja me estaba “dejando” por un “heterosexual”. Le dije que vale, que la decisión estaba tomada, y él me dijo que me consideraba alguien muy importante y que le gustaría que al menos pudiéramos ser amigos, porque no quería perderme, que era una persona muy especial y que no quería que pensase que me merecía lo que me estaba pasando. Le pedí por favor que acabara con toda esa farsa de una vez y que lo sentía mucho, pero que ni podía ni quería ser su amigo. Me tocaba ser egoísta, porque me negaba a tener que seguir viéndole a través de redes sociales y ver cómo a él las cosas le salían bien cuando consideraba que se había portado muy mal conmigo, mientras que a mí me tocaba ser “al que habían dejado por otro”. Le pedí de vuelta mi videojuego, y finalmente acordamos un día para que me lo devolviera. Aquella mañana bajé al portal y le vi esperando fuera de la puerta. Salí y cruzamos un “hola” vacío de todo sentimiento que no fuera lástima por una parte, e impotencia por el otro. Me tendió mi juego con la mano, mientras me miraba con pena, y me despedí de él:

-“Cuídate.” – Le dije.

-“Tú también.”

Subí a casa y me senté en la silla, mientras miraba la carátula del videojuego, que empezó a emborronarse ante mis ojos según estos se llenaban de lágrimas, hasta que empecé a sollozar en voz baja. Me tocaba llorar por alguien que no se lo merecía. Otra vez. Me sequé los ojos con las mangas de la chaqueta, y eliminé a Borja y a nuestras conversaciones del móvil.

Pasaron un par de semanas, y me tocaba volver a la realidad. El sabor más amargo se había quedado adherido en lo más hondo de mi alma, y me tocaba saborearlo de forma indefinida hasta que el océano de la memoria decidiera ahogar mi último naufragio emocional. Lamentándome por mi situación, me era imposible no ponerme en contexto con otras personas. Las voces más crueles de mi cabeza empezaron a susurrarme que a mí todo me salía mal, mientras que a otros les salía bien. Y, por supuesto, esos otros tenían nombres y apellidos.

Los tuyos.

No podía evitar pensar en cómo de irónico era que ambos hubiéramos conocido a otra persona más o menos a la misma vez, y en como todo había ido de forma desastrosa para mí, mientras que a ti parecía irte genial. Y no es que no me alegrase por ti, en el fondo lo hacía, y lo sigo haciendo, pero era inevitable sentirme miserable cuando veía que, haciendo lo mismo, uno había tenido suerte y el otro no. El sentimiento de miseria y la innecesaria comparación fueron el fertilizante perfecto para que los pensamientos tóxicos empezaran a florecer en mi cabeza, y aunque sabía perfectamente que ni tú ni Nacho teníais la culpa, no podía evitar tenerlos presentes. El hecho de que tú hubieras conocido a alguien que además era amigo mío me hizo sentir una posesividad que no era nada saludable. Supongo que, en el fondo, sentía envidia de Nacho, porque sabía que era alguien que disfrutaba mucho de la vida en pareja y que había tenido varias parejas antes. No podía evitar pensar en lo injusto que me parecía que alguien que había tenido tanto éxito sentimentalmente se apuntase otro tanto, mientras que yo, que llevaba soltero 5 años, solo encontraba baches en el camino. No paraba de pensar que, si hubieras conocido a alguien desconocido para mí, probablemente me hubiera sentido diferente. Y en el fondo, creo que sigo pensando lo mismo. Mi baja autoestima me había acompañado demasiado durante los últimos años, y sentirme reemplazable estaba a la orden del día. Aún así, siempre tuve claro que no iba a dejar que ese amasijo de sentimientos dañinos se manifestase en algo que pudiera haceros daño directamente. Decidí tomar distancia y hablé contigo, diciéndote que necesitaba alejarme un poco para digerir estos sentimientos, y que por el momento iba a silenciaros en las redes sociales, porque realmente no quería perder mi relación con vosotros por completo, y que esperaba poder mejorar poco a poco. No le dije nada a Nacho, aunque supuse que tú hablarías con él. Sé que es cobarde y que a estas alturas no me lo merezco, pero espero que pueda perdonarme. Hablo desde el fondo del corazón cuando digo que me vale con que seáis felices y que siento que os deseo lo mejor, aunque ahora mismo no pueda formar parte de esa felicidad.

Tras algo de tiempo, me di cuenta de que empezaba a echarte de menos, lo que me hacía sentir realmente hipócrita. Si en su momento tenía tan claro que no nos habíamos enamorado, ¿por qué te necesitaba ahora, especialmente cuando no podía tenerte? Empezaba a no tener claro si iba a llegar el momento en el que pasase página sobre lo vuestro y pudiera veros juntos sin ser devorado por los anhelos más oscuros de mi corazón. Y, para ser sincero, sigo sin saber si algún día seré capaz. Tú, por tu parte, fuiste muy comprensivo, dándome el espacio que te pedía y queriéndome igual aunque fuera desde un poco más lejos. Y eso es algo que tiene un valor incalculable, porque si algo me dice el corazón es que ninguno de los dos querríamos al otro fuera de nuestra vida. Al menos siempre he tenido claro que, independientemente de cómo me sintiera yo, tú eres feliz ahora, y eso es más que suficiente para mí.

Ahora casi no hablamos, pero el invierno me recuerda a ti.

Porque los cálidos recuerdos que creamos juntos evitan que los gélidos demonios de la inseguridad y la duda congelen por completo mi corazón.

Porque, aunque duela reconocer que aún no lo haya conseguido, sigo trabajando en superar todo esto y en dejar atrás todos los sentimientos negativos.

Porque tenemos una promesa pendiente.

I’m sorry.

I’ll get better.

2 comments

Leave a comment