This Life is Mine

El invierno me recuerda a mí.

Me recuerda a una infancia en la que coincidir cuatro personas en casa era una sensación extraña, casi tanto como el desconocido que llenaba dicho número, y cuya presencia sólo traía castigos y malestar. Me recuerda a una separación que no entendía, a tener que pasar tiempo con él un fin de semana sí y otro no, y a aborrecer con toda mi alma el tiempo que tenía que pasar lejos de la persona que dejó todo para sacarnos adelante a mí y a mi hermana. Me recuerda a una fría noche de año nuevo recorriendo la ciudad solo con 17 años, de camino a casa, tras recibir gritos de una persona ebria, ajena a la familia y que ningún adulto presente diera la cara por mí. Me recuerda a discusiones en la cocina, finalizadas por las lágrimas de una mujer que me pedía que no discutiera con mi padre. Con su hijo. Me recuerda a vanas excusas y a gélidas mentiras. A crisis de identidad, preguntándome si una línea temporal diferente me hubiera hecho una persona mejor. Más entera. Menos falible.

Me recuerda a anhelos frustrados y a sentimientos heridos. A aspiraciones alimentadas hasta el punto más álgido solo para dejarme caer después. A soñar despierto volviendo de casa esperando verle en el portal. A ser utilizado. A perder el color. A tropezar una y otra vez con la misma piedra, sintiendo que la siguiente vez sería la buena. Que sería diferente. Pero nunca lo fue. Una y otra vez, sentí que era el escalón que permitía al resto alcanzar algo mejor y empecé a sentir que quizá yo no fuera suficiente. Con el tiempo, perdí de vista mi propio valor y lo maló empezó a triunfar sobre lo bueno. Me convencí de que quizá, una vez que saliera de mi pequeña Isla del Destino, las cosas serían diferentes, pero no lo fueron. Quizá no eran las circunstancias. Quizá era yo. Empezaron a surgir las comparaciones, y yo solo podía fijarme en todo lo bueno que otros tenían y yo no, y en cómo el resto del mundo parecía seguir adelante, mientras yo me quedaba atascado en el tiempo. A la larga, encontrar una persona con la que ser feliz acabó convirtiéndose en un objetivo al fondo de mi cabeza que nunca desaparecía y que no me permitía ver el resto de motivos que tenía para ser feliz. Dicen que el amor es ciego, y supongo que es contagioso.

Sin darme cuenta, la falta de autoestima se convirtió en mi más impía amante. Empecé a obsesionarme con la idea de un cuerpo perfecto y a ver a personas que lo tenían como seres superiores a mí. ¿Cómo iba a aspirar a gente así si yo no tenía nada que ofrecer a cambio? Esta sensación me acompañó durante demasiado tiempo y solo empeoró cuando todas las relaciones afectivas que empezaba acababan por una tercera persona. Sin importar lo que hiciera, solo podía ver cómo todo el mundo con el que las cosas fallaban, e incluso gente que yo consideraba que me había tratado muy pobremente, acababa encontrando el amor con otra persona, en muchos casos, conocida, lo cual solo me generaba celos y la horrible sensación de ser sustituible. Cada vez que empezaba a recuperarme de la última desdicha, algo nuevo surgía, y yo solo sentía que no tenía suerte y que nunca me iba a pasar nada bueno. De esta manera, comenzó el que sería el descenso hasta el pozo más hondo que jamás habría tocado. Fueron incontables las veces que le pregunté al espejo si quizá esto era algo que me merecía por los errores del pasado. Si a lo mejor la felicidad no estaba hecha para mí. Si quizá me merecía estar solo y que nadie me quisiera de la forma en la que yo esperaba ser querido. Finalmente, llegó el día en el que todo se rompió, y llegué a lo más hondo del abismo.

Durante varios días, dormir era mi único consuelo, porque era lo más parecido a no existir que podía sentir por el momento. Me despertaba triste, pasaba el día triste, y me acostaba triste, pero de alguna forma aliviado por desaparecer unas horas. Mirándolo en perspectiva, parece un poco dramático, pero supongo que las emociones son complicadas y que, como el agua, mis sentimientos habían erosionado los muros erigidos a mi alrededor hasta acabar inundándome por completo.

Una tarde, cocinando, pasó algo que, mirando atrás, catalogaría como desconcertante. Hablé conmigo en la cocina. Comencé a hablar de mis problemas en voz alta, preguntándome y contestándome a mí mismo, e intentando racionalizar al máximo mis problemas. Está claro que necesitaba entender que las cosas que se habían establecido como una verdad absoluta en mi cabeza no eran como yo las había estado viendo durante tanto tiempo, y era hora de sacarme a mí mismo del pozo.

Hablé conmigo mismo sobre cómo la belleza realmente es subjetiva. De cómo cada persona tiene un concepto de lo que le parece atractivo y de cómo, además, somos muchísimo más que simplemente nuestro exterior. De cómo nuestra forma de ser y la manera en que se nos percibe la gente de acuerdo a cómo actuamos es algo que condiciona cómo se nos ve desde fuera, y de cómo es irrefutable que cuanto mejor cae alguien, más atractivo se le suele ver. De cómo lo que puedan tener otras personas no me posiciona en ningún lugar. Durante todo este tiempo, había olvidado reconocer cualidades de mí mismo que conforman gran parte de mi atractivo. Mis intenciones de hacer las cosas bien pese a poder equivocarme, mi sentido del humor y el cómo me es fácil hacer reír a la gente, la forma en la que me relaciono con los demás y en cómo siempre intento hacer lo correcto, aunque no necesariamente siempre me salga bien. ¿Por qué me había sido tan fácil ver una única cosa que consideraba negativa, como era mi físico, y tan increíblemente complicado ver las virtudes que realmente poseo?

Como un hilo conductor, varios aspectos positivos de mi vida que habían quedado en la oscuridad fueron resurgiendo, y dando un primer paso adelante, cientos de palomas blancas como la nieve me permitieron ver la luminosa vidriera bajo mis pies.

Y es que, con el tiempo, he aprendido a aceptar que no soy dueño de las malas situaciones que puedan pasar en mi vida, pero sí que está en mis manos no permitirme caer de nuevo al oscuro infinito, y gestionar mis emociones de la forma más sana y racional posible. No soy más ni menos que nadie, y mucho menos por mi físico. Tengo una familia que me quiere y me acepta y unos amigos que me aprecian y me cuidan. Tengo objetivos que conseguir, sueños por los que trabajar, metas por las que seguir esforzándome. Durante tanto tiempo, he sentido que el amor era algo que necesitaba para estar completo, cuando simplemente es algo que puede venir o no, y aportar otro tipo de felicidad que no es imperativa. Y el tiempo traerá lo que tenga que traer. Por el momento, solo tengo que mirar al frente y seguir avanzando, guardando muy cerquita del pecho todo aquello que me hace ser quien soy.

Now this conversation’s finally over. Mirror, mirror, now we’re done. I’ve pulled myself together now. My mind and heart are one.

Soy quien soy pese a todo lo malo que ha pasado en mi vida, y no gracias a ello. Y quizá no pueda hacer desaparecer la gelidez de los inviernos pasados, pero está en mis manos hacer que los próximos sean lo más cálidos posibles.

El invierno me recuerda a mí.

Y esta vida me pertenece.

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